1º premio del lº Certamen Internacional de ‘microrrelatos’ La Gangsterera (2011)
Detuve mi vehículo frente a la casa y apagué las luces. Me esperaba otra larga noche por delante. Tenía la cámara y el micrófono unidireccional preparados, y un arma en la guantera, por si acaso.
Días atrás, una atractiva mujer se había personado en mi oficina sin avisar y, mientras me hacía entrega de un sobre cerrado, comentó: ”quiero pillar a mi marido con las manos en la masa corporal de alguna de sus amiguitas.” Dentro del sobre: fotos, direcciones habituales y ciertas rutinas. Entonces añadió: “No le pierda de vista. En especial, cuando parezca seguir la rutina.”
El eco de sus palabras se perdió en la moqueta que forraba las paredes y que supongo debí sustituir hace mucho por una buena mano de pintura. Pero me resisto a perder esa seña de identidad que a veces sobrecoge a mis clientes y les predispone a pagar y largarse cuanto antes.
Los días de aquel hombre transcurrían tal y como mi clienta había anticipado. Cumplía escrupulosamente con las rutinas y horarios previstos como si sus pies fueran conducidos por un riel invisible.
Empecé a investigar sus noches. No me sorprendió comprobar que eran tan reiterativas como sus días. Incluso las salidas nocturnas de mi clienta se integraban perfectamente en las rutinas de su cónyuge. Todas las noches desaparecía al poco de llegar él, como si se hubieran repartido el uso de aquel domicilio por franjas horarias. Algo no encajaba. En la agenda de aquel hombre no había lugar para la improvisación ni para las infidelidades.
Una noche, decidí romper las pautas y vigilar a mi clienta. Puse un GPS y un micro en su coche. La seguí. Condujo hasta la ciudad y se detuvo en una calle céntrica. Fue entonces cuando vi a mi mujer entrar en su coche y fundirse ambas en un profundo abrazo mientras mi clienta le susurraba: “Tranquila, mi amor. Mi marido no va a moverse de casa esta noche. Y el tuyo sigue allí, vigilándolo.”
Creo que fue entonces cuando abrí la guantera.
Detuve mi vehículo frente a la casa y apagué las luces. Me esperaba otra larga noche por delante. Tenía la cámara y el micrófono unidireccional preparados, y un arma en la guantera, por si acaso.
Días atrás, una atractiva mujer se había personado en mi oficina sin avisar y, mientras me hacía entrega de un sobre cerrado, comentó: ”quiero pillar a mi marido con las manos en la masa corporal de alguna de sus amiguitas.” Dentro del sobre: fotos, direcciones habituales y ciertas rutinas. Entonces añadió: “No le pierda de vista. En especial, cuando parezca seguir la rutina.”
El eco de sus palabras se perdió en la moqueta que forraba las paredes y que supongo debí sustituir hace mucho por una buena mano de pintura. Pero me resisto a perder esa seña de identidad que a veces sobrecoge a mis clientes y les predispone a pagar y largarse cuanto antes.
Los días de aquel hombre transcurrían tal y como mi clienta había anticipado. Cumplía escrupulosamente con las rutinas y horarios previstos como si sus pies fueran conducidos por un riel invisible.
Empecé a investigar sus noches. No me sorprendió comprobar que eran tan reiterativas como sus días. Incluso las salidas nocturnas de mi clienta se integraban perfectamente en las rutinas de su cónyuge. Todas las noches desaparecía al poco de llegar él, como si se hubieran repartido el uso de aquel domicilio por franjas horarias. Algo no encajaba. En la agenda de aquel hombre no había lugar para la improvisación ni para las infidelidades.
Una noche, decidí romper las pautas y vigilar a mi clienta. Puse un GPS y un micro en su coche. La seguí. Condujo hasta la ciudad y se detuvo en una calle céntrica. Fue entonces cuando vi a mi mujer entrar en su coche y fundirse ambas en un profundo abrazo mientras mi clienta le susurraba: “Tranquila, mi amor. Mi marido no va a moverse de casa esta noche. Y el tuyo sigue allí, vigilándolo.”
Creo que fue entonces cuando abrí la guantera.
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