Me crucé con él al subir las escaleras en una finca del Paseo de Gracia. Yo subía. Él bajaba acompañado de un reducido séquito. Se detuvo a escaso medio metro de mí, compartiendo escalón. Aunque por su estatura parecía que estaba un peldaño más arriba.
Le miré creyendo que se trataba de un vecino del inmueble que iba a preguntarme algo. En los pocos segundos en que nuestra mirada se cruzó, tuve la sensación de conocerlo de algo. Por fin caí ¡vaya si le conocía! Era ese señor que sin ser mago, cada Nochebuena se cuela en nuestras teles.
Seguía mirándome como si fuera a decir algo o esperase a que yo lo hiciera.
Pensé en hacer una reverencia, tal y como manda el protocolo en estos casos, pero no la tenía muy ensayada por lo que desistí. La siguiente idea que vino a mi mente fue ponerme de rodillas e implorar clemencia por meterme con su nuera. Pero preferí no dar demasiadas explicaciones para no oírle decir: “¿por qué no te callas?”
Así que finalmente sonreí, dije hola y seguí escaleras arriba lo más rápido que pude, por si se le ocurría pedir: “¡qué le corten la cabeza!”
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