Me sienta en un sillón reclinable y me pone un babero. Lleva mascarilla para no respirar sobre mi boca abierta.
-Ábrala un poco más, por favor. Eso es. Perfecto.
Tengo un haz de luz enfocando directamente a la cara y me ha puesto un tubo bajo la lengua que me está succionando hasta las ideas. Mi mandíbula está a punto de desencajarse y no sé dónde colocar la lengua.
Sus movimientos son lentos. Ha mirado el instrumental en varias ocasiones, como un conductor novel que se sienta al volante. Me dan ganas de salir corriendo. Pero temo que el aparatito que absorbe se haya enganchado a una de las venas que hay bajo mi lengua y no me atrevo a moverme. Si he de desangrarme, prefiero que no sea bajo su tutela.
-Si le duele, levante la mano.
Sí que me duele. Pienso. Pero no en la boca.
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