El día en que Roger canceló su blog y su cuenta de Facebook, yo había ido de compras y miraba de reojo mi trasero en el espejo de un probador.
“Te queda perfecto.” Mintió la vendedora. Ignoré su comentario y me probé otra prenda.
Roger también dio de baja su número de móvil. No pude contactar con sus amigos en busca de pistas. Se desvanecieron con su cuenta de Facebook.
Intenté hablar con el FBI por si le habían incluido en algún programa de protección de testigos, pero como no hablo bien inglés, no conseguí pasar de centralita.
Entonces probé a llamar a la Audiencia Nacional, por si me podían pasar con el juez Garzón que suele estar al día de todo. Pero una señorita muy amable me explicó que no era buena hora, que estaba todo el mundo desayunando (incluido el juez). Añadió que de todas formas andaba muy liado estos días con no sé que tramas de corrupción y que probablemente no podría llamarme. Se disculpó por no facilitar más detalles ya que se trataba de un asunto de máxima confidencialidad y no quería jugarse el puesto de trabajo hablando demasiado. No obstante, antes de colgar me dio su cuenta de Twitter, desde la que aseguró narrar todos los detalles del caso, minuto a minuto, y con pseudónimo. Resto del texto en Libro de Notas
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