Las aglomeraciones son un arma de doble filo para Pablo. A veces, le proporcionan una idea sobre la que escribir, un hilo conductor del que luego tira hasta desmadejar un relato. Pero la gente, más temprano que tarde, acaba por incomodarle. Y, cuando ese momento llega, sólo desea que callen, que paren de moverse o lo que sea que estén haciendo que le distrae; le entran ganas de coger ese hilo argumental recién descubierto y enroscárselo alrededor del cuello con fuerza; no tanta como para ahorcarlos; sólo lo imprescindible para que callen un rato y él pueda finalizar ese párrafo que tiene en la punta de su pluma y que… ¡vaya! un bache en el pavimento hace botar el vehículo en el que se ha instalado a escribir y se le ha emborronado un renglón.
“Sólo a mí se me ocurre escribir sentado en un puñetero autobús.” Piensa. Luego mira de reojo al tipo que se ha sentado a su lado y que también observa por el rabillo del ojo su libreta para ver si pilla algo de lo que escribe.
Pablo analiza al recién llegado que mueve la pierna como si tuviera el baile de San Vito. Entonces, se pregunta quién será ese santo y por qué tiene un baile propio… Si tuviera wifi buscaría en San Google, pero su libreta de cuadros no tiene conexión y no puede acceder a la Wikipedia. Echa de menos tener una tableta… de las electrónicas, que de las de chocolate ya se zampa un par a la semana. Cree que es así como se consiguen los abdominales de tableta. Pero por más que se mira la barriga, lo único que ve aumentar son sus michelines.
María, su novia, está deprimida; no para de decirle que se quiere ir de España, que aquí la cosa está fatal. Dice que en Twitter ha oído hablar de otro planeta recién descubierto que es habitable y donde es posible que no haya llegado la crisis todavía… Pero Pablo sabe que ese nuevo mundo está a miles de años luz y mientras el AVE no circule por algún agujero negro, tendrán que quedarse aquí a pasarlo de ese mismo color.
Pablo intenta distraerse del tono oscuro que tiñe su realidad e impregna sus pensamientos perdido en su planeta de cuadros con espiral, a lomos de su estilográfica, desde la que navega siempre a la misma velocidad y evita distraerse con Twitter. A veces, se pregunta si alguien es capaz de leer los twitts de mil seguidores… él apenas da abasto con sus cincuenta… así que no le extraña que María oiga voces al finalizar el día… son demasiadas horas inmersa en la pantallita del móvil… pendiente de miles de mensajes diminutos… pobre María.
Intenta tranquilizarse diciéndose que el mundo es así; evoluciona… Y entonces se pregunta porqué todo cambia excepto el primate que está sentado a su lado y que sigue moviendo compulsivamente la pierna… y que le está poniendo de los nervios. Pero no es de buena educación decirle a alguien que no se conoce de nada que se esté quieto, por mucho que eso te impida concentrarte…
Me llamo Pablo. Soy escritor. A veces, salgo de casa a buscar historias y la que hoy encontré, me ha traído a comisaría.
Frente a mí, un agente rellena un impreso a máquina… ¡y yo que me sentía del siglo pasado con mi libretita! Aquí, en este organismo público, parece que no tienen presupuesto para comprar un ordenador o quizá lo que no tienen es paciencia para enseñar informática al agente que, ayudado únicamente por sus dedos índice, golpea el teclado de una Underwood que impacta sobre una cinta llena de tinta, marcando caracteres sobre el impreso que luego me hará firmar con un bolígrafo BIC, uno de esos de plástico transparente que detesto. Yo le pediría que me dejase firmar el impreso con mi Montblanc, que me sale mejor letra… pero entonces recuerdo que ya no está en mi poder, que por eso estoy en comisaría; que se la llevó el tipejo que tenía sentado a mi lado en el autobús y me he quedado sin ella. ¡Menuda cara! Todo el numerito de la pierna seguro que fue una estrategia para conseguir su objetivo. Y es que yo me pongo muy nervioso cuando me hacen temblequear el asiento y como no me atrevía a pedirle que parase… porque ¡a ver! ¿con qué derecho le pide uno a un desconocido que deje de tamborilear la pierna? Pero está claro que tampoco es sano reprimirse… luego pasa lo que pasa… uno se va calentando y, al final, no pude más, perdí los estribos y le clavé la pluma en el muslo. Y ¡vaya si surtió efecto…! dejó la pierna quieta en el acto…
Lo malo es que yo estoy aquí, en comisaria, prestando declaración y él, con mi Montblanc en urgencias.
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