Héctor coge el papel y lo sumerge en la primera cubeta. Remueve el líquido con paciencia hasta que del papel asoman unas manchas que se obscurecen para formar una silueta definida: el rostro de Irene, su única modelo y amante.
Sus ojos están ya acostumbrados a ver con el tono rojizo de la única luz que hay en el laboratorio. Pinza el rectángulo de papel, escurre el líquido y repite el proceso en las siguientes cubetas.
Hace meses que Irene abandonó el estudio que ambos compartían. Se marchó una mañana mientras Héctor trabajaba en su cuartito oscuro de luz roja. Cuando después de varias horas salió, Irene había desaparecido con sus cuatro cosas. Y las más de cien fotos que él le hiciera, que decoraban las paredes, estaban hechas pedazos por el suelo.
Irene sonriendo. Irene después de hacer el amor. Irene peinándose al sol. Irene de rodillas buscando un anillo. Irene en la ducha. Irene dormida. Irene furiosa contra la cámara...
Héctor escogió otro negativo y se preparó para ampliar otra de sus imágenes: Irene salpicando entre las olas. La recordó, como de pasada, diciéndole "Estoy cansada de que idolatres mi imagen mientras me ignoras. ¡Mírame a mí, la de carne y hueso!".
De nuevo el proceso. El papel se sumerge en el líquido mágico que es capaz de recrear a Irene al margen de ella. Héctor espera la aparición de las manchas oscuras, mientras va removiendo.
Nunca llegó a comprender que su espíritu era libre. Que se ahogaba de verse a sí misma repetida hasta el infinito en las paredes, en el techo, en los espejos. Que cada trocito de papel Irene se revelaba secretamente contra las dimensiones precisas, contra ese encuadre escogido.
El papel se ha ido dibujando bajo el líquido con tonos grises, negros y blancos que permanecen inmutables. Aparece el mar, las olas detenidas en un punto imposible. ¿Dónde está Irene?
Héctor pinza la foto y la levanta por una esquina para escurrir el líquido de revelado. No ve la imagen de Irene. Mira en la cubeta por si se hubiera desprendido. La foto sigue escurriendo. La deja caer en la siguiente cubeta.
Incrédulo se acerca a la ampliadora. El negativo continúa en su sitio. Lo extrae. Lo revisa. Ve una Irene burlona que ríe a carcajadas mientras lanza las olas hacia Héctor que le hace la foto, hacia Héctor que revela en su cuartito oscuro de luz roja. Hacia un Héctor que busca la imagen de Irene en las cubetas de revelado y sólo encuentra olas excitadas por el movimiento de sus manos, por el líquido de revelado. Unas olas que han decidido seguir rompiendo y que preparan un oleaje en la cubeta. Marejada sobre Héctor.
Irene sonríe escondida tras la lamparita roja.
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