17 julio 2008

PÓNTELO, PÓNSELO. O el banking seguro

Hace un par de días, tuve que hacer cola en una oficina bancaria (más de 30 minutos). Uno espera que ya que pagamos comisiones de todo tipo (comisión de mantenimiento de la tarjeta, comisión de mantenimiento de la cuenta, comisión de mantenimiento de los vicios del director de la sucursal y del presidente del banco…) que le atiendan con cierta celeridad y eficiencia.


Mientras hacía cola (al menos la sucursal estaba fresquita y no pasaba calor) andaba yo pensando que no estaría de más que tuvieran suficiente personal para no hacernos esperar media hora…

-Es que es fin de mes. Se iba excusando el joven e inexperto cajero cliente tras cliente.

¡Fin de mes! Ese evento ¡harto impredecible! Nunca sabe uno en qué fecha exacta caerá fin de mes… como para predecirlo. Un fin de mes traidor, lleno de clientes que no deberían pasar por caja, que para eso están los cajeros automáticos, okupados por indigentes malolientes (si son interiores) o con el riesgo de que alguien te ponga una navaja al cuello (si están a pie de calle) y te obligue a vaciar la cuenta...

¡Fin de mes! ¡Terrible e impredecible acontecimiento! Ni que estuviéramos hablando de tempestades o infartos… eso sí que llega sin avisar y no está programado en los calendarios…

Se veía a la legua que al joven cajero no le habían dado un mínimo de formación para ser autónomo. No sólo iba generando cola en su lado, sino que además interrumpía con frecuencia a su compañera (que gestionaba la cola de al lado) para solicitar su constante apoyo técnico. Por un momento casi sentí lástima por ambos. Insisto: por un momento.

Por fin llegó mi turno y el joven cajero me preguntó:

-¿Qué desea?

Con todo el sigilo de que fui capaz le respondí:

-Sacar dinero. –Confiando en que al bajar mi tono, entendiera que deseaba que mi operación fuera algo íntimo, casi como un secreto entre los dos.

-¿Cuánto?

-Mil quinientos euros.

A lo que replicó:

-MIL ¿CUÁNTO?

-Quinientos.- Susurré, mientras lo asesinaba con la mirada.

El banco estaba repleto de gente apiñada tras de mí haciendo cola. Pensé que con un poco de suerte no lo habrían oído.

Pero entonces, tras hacer un intento por gestionar mi petición, puso cara de agobio y gritó a su compañera:

-¡Laura, el sistema dice “Importe máximo permitido superado”!

En aquel momento le hice algún comentario a cerca de la confidencialidad. Él me miró como si yo fuera de Marte y, con toda la parsimonia del mundo, se puso a contar todos los billetes (de 50 y de 20) encima del mostrador y en presencia de todos los presentes.

Sólo les faltó aplaudir.

Yo salí a la calle con los mil quinientos euros y sintiéndome como un adolescente en una farmacia.
-¿Cómo los quieres? ¿Sensitive? ¿XXL?

-*****

-¿Caja de 6 ó de 12?

-Mejor, póngame una caja de aspirinas…

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