Claudia
se marchó de casa en ayunas tras haber rechazado la “Mousse de humo con
tuétano de bacalao” que Basilio
había creado especialmente para ella.
El
día en que se conocieron, Cupido debía estar de vacaciones. Aquella unión
imposible parecía obra de Lucifer: Basilio, un virtuoso de los fogones y
Claudia, una aspirante a actriz que aseguraba engordar con tan sólo oler los
vapores que salían de la cocina de su novio.
Durante
los primeros meses de su relación, el amor pudo con todo. Y aunque desde el
primer día, Claudia se obsesionó con el elevado número de calorías suspendidas
en el aire del apartamento, creía que la incesante actividad física,
consecuencia de su reciente enamoramiento, compensaba las calorías olidas de
más.
Para
Basilio, la inapetencia de Claudia fue un reto para el que se propuso hallar
remedio. Amante como era de la cocina tradicional, preparaba suntuosos cocidos,
fabadas y cochinillos. Pero Claudia se negaba sistemáticamente a probar sus
platos. Alguna vez, le hizo creer que había ganado la batalla; la comida
desaparecía del plato y Basilio se alegraba, hasta que días después encontraba
trocitos de tocino semienterrados en las plantas, a las que ese ingrediente
extra en la tierra parecía aportar un brillo inusitado en sus hojas.
Pero
en lo referente a la gastronomía, Basilio era de naturaleza perseverante.
Aunque no tenía claro si su obstinación nacía de un instinto protector hacia
Claudia o de la fuerte necesidad de su ego por conseguir el reconocimiento de
su amada.
Investigó,
se apuntó a cursos de cocina creativa, hizo prácticas gratuitas en los fogones
más vanguardistas de su ciudad. En su despensa, las legumbres y la manteca de
cerdo dejaron paso a gelatinas, cloruros y carragenatos. Las horas hasta
entonces compartidas, en el lecho conyugal, pasaron a ser un grato recuerdo al
que aferrarse mientras experimentaba día y noche con goma xantana y cloruro
cálcico en busca de la receta perfecta para Claudia.
Primero
llegó el “Granizado de tomate ahumado sin tomate”. Claudia lo rechazó
tras un sorbito esquivo, agregando que el tomate le producía acidez de estómago
y no se lo podía permitir, que tenía un “casting”.
Días
después llegó la “Espuma de agua de mar a las finas hierbas”. “Soy
alérgica al marisco” dijo ella con un mohín de disgusto y añadió: “No pienso
probar ningún líquido en el que se hayan bañado esos insectos acuáticos, aunque
lo disfraces con plantitas aromáticas. ¡Puaj!”
Aunque Claudia tenía razones para estar contenta,
pues acaban de contratarla como protagonista en una obra pequeñita, estaba
convencida de que su novio ya no la quería. Había dejado de hacerle el amor y
pasaba las noches entre probetas en la cocina, como si buscase algún veneno
perfecto para acabar con ella.
Basilio
volvió a intentar impresionarla con un “Deshielo de cola light al horno”
que según Claudia había perdido toda la gracia porque le faltaban las
burbujitas.
Sentado
frente a la “Mousse de humo con tuétano de bacalao” que Claudia acababa de rechazar y tras
hacer repaso de todos sus fracasos, Basilio
concluyó que a su relación también le faltaban las burbujitas y no entendía
porqué. ¡Con lo mucho que lo había intentado!
Junto a la mousse halló una nota manuscrita en un
pedazo de cartón:
“Querido Basilio,
Me enamoré de ti porque tus besos eran los más
dulces, pero has deconstruido nuestra relación con tus ausencias. Ahora sólo
tengo tu indiferencia y la soledad de mis noches. Yo no sé vivir así. Deseo que
encuentres a esa mujer de paladar exquisito que sepa valorar tus creaciones. Yo
sólo ambicionaba tu cariño.
¡Hasta siempre!
Claudia”
Basilio giró el cartoncito. Le había escrito en
¡una caja de Donuts! Se levantó de un saltó y se encerró de nuevo en la cocina.
Claudia se dirigía al teatro, como cada tarde. Se
sentía pesada. Como ya era habitual, había estado lloriqueando y comiendo
madalenas con trocitos de chocolate y helados, tratando de llenar el vacío que
sentía. Pero esa breve satisfacción oral no hacía más que incrementar su
desasosiego, por lo que volvía a comer.
Lo último que deseaba en ese momento, era encontrar
a Basilio en la puerta del teatro con una cajita en la mano. Y sólo de imaginar
que la caja pudiera contener alguna de sus ofrendas humeantes, se le torció el
rictus.
Pero Basilio no se amilanó, se acercó a ella y le
dijo: “Claudia, ¡te quiero! ¡Te ruego
que me perdones! ¡Juro que no volverás a dormir sola y que no te obligaré a
comer! Acepta este pequeño obsequio como una ofrenda de paz.” Y acto seguido
añadió: “No tienes que probarlo si no quieres…”
“Nunca lo hago.” Pensó Claudia para sí, pero como
su amor hacia él era todavía superior a su mala leche, se tragó sus palabras,
incrementando así su empacho.
Basilio prosiguió: “Los he llamado ‘Besos de
chocolate para Claudia’”.
Aquel nombre consiguió despertar la curiosidad de
Claudia que no tardó en aceptar el paquetito y mirar en su interior. En ese momento, se le activaron
simultáneamente las glándulas lacrimales y las salivares. La caja contenía un
simple surtido de trufas y bombones, colocaditos en filas alternas, o eso parecía…
“Sólo llevan chocolate, mantequilla y azúcar.” Se
apresuró a aclarar Basilio antes de que a su novia le diera por imaginarse un
relleno de “aire del desierto” o de “espuma de cielo de tormenta”.
Aunque bien pensado no habría sido mala idea… Ya estaba de nuevo en las nubes,
imaginándose ganador de la receta de bombones más suculenta e ingeniosa del año
cuando, sin previo aviso, recibió el más delicioso beso con sabor a chocolate
del mundo.
Por primera vez en muchos meses, se sintió feliz.
Ya tendría ocasión de explicarle en otro momento,
que los iba a mejorar para presentarlos a concurso…
3 comentarios:
Saluditos. Un bonito cuento con final feliz. Felicidades.
Celina
RS
Seré como Claudia, tanto comida y tanto dulce ............ quizás no sea para mi el mejor momento, me alegra tu vuelta.
Me alegra que os haya gustado :)
¡Gracias por seguirme!
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