18 octubre 2005

INFELIXIDAD

Joana encendió un pitillo con un gesto automático y mientras exhalaba el humo, pensó en Raúl.

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Raúl había desaparecido de su cama y de su vida, de repente, dejando únicamente tras de sí cuatro CD’s, dos libros y un vacío terrible en su entrepierna.

La última vez que estuvieron juntos, todavía se paseaba impertinente y reiterativa por los rincones de su memoria.

Aquella noche, casi al borde de llegar al clímax, ella le miró a los ojos y le dijo: "te quiero, Raúl". Palabras que pensó la unirían definitivamente a su hombre.

Pero se equivocó de pleno.

Raúl se hallaba a las puertas del paraíso cuando las palabras de Joana le golpearon el tímpano y la conciencia, despertando todas las señales de alarma en su interior.

Quiso retroceder. Se agarró con fuerza a sus caderas luchando contra la atracción del abismo que se abría ante él y que le estaba engullendo. Pero la biología había alcanzado el punto sin retorno y sintió como si le absorbieran con fuerza; su cuerpo se fundía y salía disparado hacia el interior de Joana, donde creyó que iba a desaparecer para siempre y sin remedio.

Joana, ajena a la batalla que se libraba en el interior de Raúl, disfrutaba pletórica de las inusuales muecas y expresiones que sus palabras habían provocado en él. Y volvió a repetir: "Te quiero, Raúl. Te quiero". Mientras él se convulsionaba hasta caer exhausto encima de ella.

Aquella noche, Joana disfrutó de un Raúl, que por primera vez en mucho tiempo no se quedaba dormido y se dejaba abrazar sin oponer resistencia.

Él, completamente ajeno a sus arrumacos, recordaba un titular del diario de la mañana: "Una estrella como el Sol muere desgarrada por la gravedad de un agujero negro supermasivo". Por un momento, se sintió un poco astro, como el sol y empezó a planear la mejor estrategia para salir corriendo de esa cama, que, de repente, se le había antojado una prisión.

A la mañana siguiente, se levantó temprano, desayunó copiosamente y salió a la velocidad de la luz, desapareciendo de la órbita de Joana para siempre.

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De aquello, hacía ya mucho tiempo.

Joana dio una calada y observó el cuadro de la pared de enfrente a través de las volutas caprichosas.

"Fumes massa, Joana" (1). Una voz masculina acababa de sujetar sus fantasías por los pies obligándole a volver nuevamente a su cama presente. Lo miró de reojo. Félix, a tan sólo una letra de la felicidad.

Le dedicó una semisonrisa forzada, mientras lo escrutaba como a un insecto. Esa X se interponía irremediablemente entre ellos, como una barrera. Y aunque FeliX se esforzaba por llegar hasta ella, se perdía sin remedio en el vacío dejado por Raúl; incapaz de paliar las secuelas de ese otro hombre, que más que un amante, había sido un cataclismo.

Joana seguía dándole vueltas a la X de su nombre, "Malcom X", "Martin H", "Feli X", intentando hallar la manera de añadir algo de interés a ese sucedáneo de hombre que se revolcaba entre sus sábanas. "Esto no hay quien lo arregle". Se dijo.

Retiró asépticamente el brazo que él, con cariño, había depositado sobre su vientre y se levantó.

"Tinc ganes de sortir" (2) Le dijo.

"¡Son les tres de la matinada!" (3). Respondió él. Pero ella, ya había empezado a vestirse.

"FeliX" –dijo ella, con indiferencia y enfatizando excesivamente la X, como si pudiera abofetearle con una onomatopeya. "¡AiXecat! Ens anem" (4).

FeliX se levantó resignado y se vistió. Aún no había conseguido que Joana le permitiese pasar una noche entera en su casa. Pero no perdía la esperanza.

Antes de salir, le había escrito una nota que ella encontraría sobre la almohada, cuando volviera sola a casa: "T’estimo, Joana" (5). Y firmó, según tenía por costumbre: "X".

...

(1) Fumas demasiado, Joana.
(2) Tengo ganas de salir.
(3) ¡Son las tres de la madrugada!
(4) ¡Levántate! Nos vamos.
(5) Te quiero, Joana.

1 comentario:

Enebro dijo...

Me encantas. Que facilidad para narrar. ¿Te sale así expontáneamente y a la primera, o necesitas borrar y escribir todo el rato?
Por cierto, que asco de publicidades, ¿no?